Las manos de Nancy: de la roca a la tierra fértil
“Nancy habla despacio, sin apuro. Dice que la tierra también enseña, pero solo a quien la escucha.“
Nancy es una campesina indígena de la comunidad de Tunshi Grande, en Ecuador. Durante los últimos años ha participado en un proceso grupal, acompañado por EkoRural, en el que varias familias rediseñaron sus chacras para fortalecer su producción y recuperar prácticas agroecológicas.
El trabajo empezó con la elaboración de un mapa del terreno. A partir de allí, cada familia organizó su parcela, ubicó las fuentes de agua, reconoció los suelos más fértiles y las zonas que necesitaban recuperación. El rediseño permitió diversificar los cultivos e integrar hortalizas, granos, tubérculos y especies medicinales, garantizando el autoconsumo y generando excedentes para los mercados locales.
En esta conversación, Nancy cuenta cómo su tierra se fue transformando, qué aprendió durante el proceso y cómo el trabajo con abonos naturales cambió su manera de cuidar y entender la chacra.

—Nancy, cuéntame cómo empezó todo este proceso con tu tierra. ¿Qué fue lo primero que hicieron cuando decidieron mejorar el terreno y sembrar de otra manera?
Primero hicimos el mapa, viendo bien cómo estaba el terreno: por dónde bajaba el agua, dónde daba más el sol y en qué parte se podía trabajar mejor. Después roturamos los terrenos, con ayuda, poco a poco. Al principio fue bien difícil, porque la tierra era dura, llena de piedritas, bien piedrosa. Uno le daba con la pala y sonaba piedra por todo lado.
Entonces empezamos a botar avena y bicho para hacer abonos verdes. Con eso la tierra ya se fue soltando un poquito. Una vez que hicimos los abonos verdes, pusimos un poco de porcheros, también abonos de animales, y a veces comprábamos abono de gallina. Todo eso lo íbamos echando de a poquito, no de una sola vez, sino con calma, para que la tierra vaya reaccionando.
A medida que hacíamos el proceso, el terreno fue cambiando. Se fue descomponiendo, se hizo más fértil, más ñuta. Ya no estaba tan seco ni tan duro. Antes era pura piedra, pero con el trabajo y el abono se fue haciendo más suavecita. Y cuando la tierra ya está ñuta, ya los terrenos dan más producción. Se nota en todo: en el color, en el olor, en cómo se ve el pasto.
—¿Y cómo supiste que la tierra estaba mejorando? ¿Qué te hizo darte cuenta de que estaba respondiendo a todo ese trabajo?
Se nota rápido. Al principio las hierbitas salían chiquitas, flaquitas, y luego ya empiezan a crecer más grandes, más verdes. El terreno cambia. Uno mete la mano y ya no siente la piedra, sino la tierrita suave, húmeda. Antes uno sembraba y salía poquito; ahora sale más, más bonito. Pero eso lleva su tiempo. No es de un día para otro. Uno bota el abono y tiene que esperar tres, cuatro meses, y ahí sí se ve el cambio.
Y eso alegra, porque uno ve que la tierra responde. Uno se anima, se da cuenta de que sí vale la pena el trabajo. La tierra también siente, y cuando uno la cuida, ella le responde.
—Mencionaste que tienes animales. ¿Ellos también te ayudan en todo este proceso de mejorar la tierra?
Sí, claro, los animales ayudan mucho. Por ejemplo, tengo un ternerito. Ese ternerito ya me está ayudando, porque su abono sirve para la tierra. A medida que se va descomponiendo, alimenta las hierbas, y las hierbas crecen más, más verdes, más fuertes, con más nutrientes. Así mismo ya no se enferman tanto las plantas. Todo se ayuda: la tierra da el pasto, el pasto alimenta al animal, y el animal vuelve a dar abono para la tierra.
Ese ternerito ya tiene un año y medio, y hace tres meses está preñado. En el futuro quiero que me dé leche, para vender a los lecheros que vienen hasta la comunidad, y también para tener para la casa. Así uno va completando el ciclo: tierra, animal, leche, comida.
Uno se anima, se da cuenta de que sí vale la pena el trabajo. La tierra también siente, y cuando uno la cuida, ella le responde.

—¿Y qué has aprendido con todo este proceso? ¿Qué te ha enseñado trabajar así con tus manos, con los animales y con la tierra?
He aprendido que uno tiene que tener conocimiento, no solo trabajar por trabajar. Hay que saber cuidar a los animales, saber cómo curarlos cuando se enferman. En las lluvias, por ejemplo, se enferman mucho. Si el corral no está limpio, les salen hongos, los pican los mosquitos, y de ahí les da neumonía. Por eso hay que tenerlos bien, con su lugar seco, tapadito, que no se mojen.
También he aprendido a mirarles. Ellos mismos le avisan a uno cuando algo les pasa. Si un animal no come o se echa mucho, es porque algo tiene. Entonces uno aprende, mirando, preguntando, escuchando. Así se va aprendiendo poquito a poquito, con el tiempo y el trabajo.
—Tú decías algo muy importante: que ahora producen sin venenos. ¿Cómo fue ese cambio y qué cosas hacen ustedes para cuidar las plantas sin químicos?
Antes se usaban químicos, porque uno creía que eso era lo único que servía. Si venía una plaga, se compraba veneno y se fumigaba. Pero eso hace daño, no solo a la tierra, también a las personas y a los animales. Entonces aprendimos a hacer nuestros abonos orgánicos, con lo que tenemos en la casa, con lo natural.
Por ejemplo, hacemos con queso, con abono de ganado, y lo dejamos que se pudra un poquito. También usamos hormigio, semita y otras plantas del monte. Todo eso se mezcla y se deja descomponer unos dos meses. Con eso ya se puede fumigar las plantas, para que crezcan más y para espantar los gusanos. También sirve para que no se enfermen tanto las hojas ni las raíces.
Así poquito a poquito fuimos dejando los químicos, y ya casi no los usamos. Es mejor, porque es más sano para todos, y también la tierra se ve más bonita, más viva.


—¿Y qué diferencia has sentido tú desde que trabajan así, de forma más natural?
Porque ya no usamos químicos que nos afectan a nosotros mismos. Cuando uno fumiga con químicos, igual respira eso, y los animales también lo sienten. Y además, las personas que compran lo que vendemos también se afectan. En cambio, ahora, usando métodos naturales, comemos más sano.
Nosotros cultivamos un huertito solo para la familia, y todo lo que sacamos es limpio. Las vacas comen hierba natural, no les ponemos inyecciones ni químicos. Tenemos potreros variados, mezclados con diferentes tipos de pastos, y eso las alimenta bien. De ahí sacamos la leche que consumimos, y con la cebada hacemos moler y la mezclamos con machica y leche para preparar un dulce. Todo natural, todo de aquí mismo.
Y eso se siente en el cuerpo. Cuando uno come limpio, tiene más energía, duerme mejor, hasta el ánimo cambia. Uno se siente más tranquilo sabiendo que lo que está comiendo no le está haciendo daño.
—Qué bonito escucharte hablar así de los procesos. ¿Qué significa para ti poder producir tu propio alimento?
Para mí es una alegría. Saber que lo que comemos es nuestro, que viene de la tierra que cuidamos, y que no tiene veneno. Nos da fuerzas, salud y energía. También da orgullo ver cómo los hijos comen de lo que uno siembra, de lo que uno cría.
Cuando uno come natural, se siente diferente. Es otra vida. No hay que comprar tanto, no hay que depender de lo que viene de fuera. Y uno sabe de dónde viene todo: la leche, las papas, el maíz, los huevos. Todo viene de aquí, de lo que uno cuida cada día.
Y eso da tranquilidad. Porque uno trabaja, sí, se cansa, pero al final sabe que lo que tiene viene de su esfuerzo y de la tierra que le responde. Esa es la mejor paga que hay.

—Si pudieras darle un consejo o un mensaje a otras personas, a campesinos o a familias que quieren empezar a trabajar sin químicos, ¿qué les dirías?
Yo les diría que vengan, que aprendan, que están bienvenidos. No solo ellos aprenden, también nosotros aprendemos de ellos. Así podemos enseñar a los hijos, a los niños, para que sigan cuidando la tierra.
Aquí en el campo hay niños que están desnutridos, porque ya no comen como antes. Ahora se come más comida chatarra: arroz, fideos, galletas, cosas de tienda. Eso llena, pero no alimenta. En cambio nosotros tenemos todo natural: huevos, cebada, dulce de morocho, tostado, maíz. Todo eso nos da fuerza.
Por eso yo digo que hay que volver a lo natural, cuidar la tierra, no usar venenos. Porque la tierra también siente. Cuando uno la cuida, ella le devuelve. Y así poquito a poquito se aprende, mirando, trabajando, con paciencia. La tierra se va haciendo ñuta, y uno también se hace fuerte con ella.
“Nancy habla despacio, sin apuro. Dice que la tierra también enseña, pero solo a quien la escucha.“


Sobre el autor
Luisa María Castaño Hernández
Luisa María Castaño Hernández es la Coordinadora de Comunicaciones para América Latina y el Caribe de Groundswell International. Tiene experiencia en medios de comunicación en diferentes países, desarrollo de contenidos en formatos multimedia e impresos, redacción y edición de ficción y no ficción. Ha liderado la formulación e implementación de estrategias de comunicación para proyectos de instituciones que trabajan por la preservación del patrimonio cultural y la biodiversidad, el fortalecimiento de la educación y la integración de migrantes. También ha participado en el desarrollo de escenarios museográficos, liderando ciclos de exposiciones y experiencias educativas en museos de arte y ciencia. Es periodista, artista y tiene un Máster en Estudios Humanísticos.

